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El impacto en la expansión de estas especies hacia áreas que tenían vetadas por unas condiciones climáticas más frías es todavía más espectacular en el caso de la latitud: pueden llegar a emigrar 145 kilómetros (al norte o al sur, según su posición del Ecuador) por cada grado de calentamiento, ha explicado hoy el profesor de Ecología Vegetal Alistair Jump.
Jump, docente del Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad de Sterling (Reino Unido), es uno de los ponentes del curso "Los bosques del futuro. Retos de los bosques mediterráneos ante el cambio climático", organizado por el Consorcio Universidad Internacional Menéndez Pelayo (CUIMPB).
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Este ecólogo remarca que, aunque el aumento de las temperaturas tendrá un efecto de expansión de aquellos bosques que se puedan ir aclimatando a zonas de mayor altitud, provocará que las especies de alta montaña queden "atrapadas", vayan reduciendo su número de ejemplares y acaben extinguiéndose.
Aunque los arboles pueden ir adaptándose a los cambios de temperatura, esta capacidad es limitada, sobre todo si el calentamiento se produce a la velocidad que reflejan algunos informes.
Además, mientras que los efectos de la expansión de determinadas especies hacia zonas más altas podrían corregirse rápidamente si se lograra controlar el calentamiento, no ocurriría igual con la "colonización" hacia otras latitudes.
Así, esos 145 kilómetros que ganaría una especie de árboles en sus límites de crecimiento por cada grado extra de temperatura, tardarían 320 años en volver a recuperar el perfil original de este ecosistema.
Este seminario de la CUIMPB, que se celebra en el marco de la celebración este año del Año Internacional de los Bosques, analiza el papel de los bosques como agentes de mitigación del cambio climático, especialmente en un área como la mediterránea, donde las previsiones apuntan a un incremento de la aridez, y de situaciones climáticas extremas, marcadas por la sequía.
El aumento de las temperaturas no sólo hace que en general los árboles tengan menor tamaño, sino que mueran antes, y en general, pero especialmente en las regiones más cálidas, con un cambio en la composición de los bosques: las especies perennes dejan paso a otras de tipo mediterráneo.
En esta línea, Valerie Kapos, representante del programa de Biodiversidad Forestal del Conservation Monitoring Centre de Cambridge, ha afirmado que aunque las áreas protegidas "son mejor que nada" no deben considerarse como la solución definitiva.
De hecho, algunos estudios apuntan que estas áreas reducen la deforestación únicamente en un 10%, y aunque Kapos reclama "sensibilidad" con la soberanía de cada país a la hora de reclamar a sus gobiernos que tomen medidas, ha señalado que tampoco se puede decir a los políticos "que los retos son difíciles o complicados, porque si no al final no hacen nada".
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